La larga lucha de las mujeres por su lugar en las Cantinas de México
Durante décadas, la entrada de las mujeres en las cantinas de México estuvo prohibida.
Por Anna Lagos / Fotos mediateca
Estos establecimientos llevaban en sus entradas letreros que rezaban: "Prohibido el ingreso a perros, mujeres, mendigos, uniformados y menores de edad". En ese orden.
Las únicas mujeres que se veían en estos bares eran las llamadas "ficheras", mujeres que bailaban y acompañaban a los hombres a cambio de dinero. Rubén M. Campos narra en ‘El bar: la vida literaria de México’, que “las damas” tenían “vedado sentarse a beber en el bar”, pero se aceptaba que se instalaran “con los caballeros que las acompañaban en otro salón interior dispuesto y servido como restaurante”.
Y es que, hasta hace algunos años, las cantinas eran una estampa urbana muy masculina donde los hombres socializaban, bebían en exceso, fraternizaban y resolvían violentamente sus diferencias. Es en las cantinas “donde se reproducen modelos de masculinidad como el beber, la agresividad física y verbal”, afirma Diego Pulido Esteva en su libro ¡A su salud! Sociabilidades, libaciones y prácticas populares en la ciudad de México a principios del siglo XX. Aunque eso no ha cambiado del todo.
Carlos Monsiváis aseguraba que el machismo se volvió un “espectáculo comercial” a partir de la década de 1930. Para el escritor, el fenómeno representa un aspecto cultural arraigado en la consolidación del patriarcado y en la construcción de una "personalidad heroica", que se acentuaba más en las cantinas.
Pero, sin duda, uno de los atractivos de los bares de antaño eran los baños. Como decía burlonamente El Mero Petatero, los taberneros debían agradecer al ayuntamiento la escasez de mingitorios públicos, porque “obligaba a todos a entrar a la pulquería o cantina”. A todos, en masculino, porque las mujeres que decidían entrar en estos espacios eran vistas con malos ojos. La posibilidad de que las mujeres frecuentaran estos lugares era tan remota que ni siquiera se contemplaba la existencia de baños para ellas. "Antiguamente, los baños eran exclusivos para hombres.
Lo que sí es que la ley mexicana respaldaba esta discriminación, manteniendo a las mujeres fuera de las cantinas. Y los parroquianos que brindaban en las cantinas parecían conformarse con proveer, pues delegaban la instrucción y cuidado de los hijos a la mujer, a quien exaltaban como “reina del hogar”. En las primeras décadas del siglo XX, era inimaginable encontrar a una mujer trabajando como mesera dentro de una cantina. Si se les descubría ejerciendo esta profesión, se las expulsaban del establecimiento.
Pero, todo comenzó a cambiar en 1982, cuando las mujeres ya podían entrar a pulquerías y cantinas, gracias al presidente José López Portillo. “Y ahora no hay quien las saque”, escribió Francisco Ibarlucea en su texto: ‘20 años de recorridos cantineros’. Fue durante la regencia de Carlos Hank González, cuando se modificó el reglamento de estos sitios en la Ciudad de México. Pero, incluso tras la prohibición, los propietarios intentaban separarlas de los hombres, mostrando resistencia a su inclusión.
“Las áreas de vestidores para el servicio de baño colectivo deberán estar por separado para hombres y mujeres y atendidos por empleados del mismo sexo”, rezaba el artículo 57 de la Ley de Establecimientos Mercantiles del Distrito Federal.
El fin de la prohibición no agradó a todos. Un ejemplo es el del artista Alberto Ángel ‘El Cuervo’, quien hizo público su descontento en su texto La cantina ha muerto…la mujer la mató. “La mujer jamás pudo saber lo que la cantina era porque una condición sine qua non, era la cantina como un sitio donde los hombres daban o dábamos rienda suelta a toda emoción , sin limitante alguna que implica reglas sociales para no ofender la delicadeza de la mujer ”, escribió Alberto Ángel.
La lucha contra la discriminación de género y la búsqueda de la igualdad han permitido que las mujeres no solo ingresen, sino que también participen activamente en estos espacios históricamente dominados por hombres. Hoy en día, las cantinas no solo se han convertido en lugares de encuentro social para ambos géneros, sino también en espacios de expresión cultural y de patrimonio inmaterial que reflejan la diversidad y riqueza de México.