Guía de lugares que ya no existen / El Nivel, ¿qué se pierde cuando cierra una cantina?
¿La Historia? No. Los datos duros siguen ahí y tienen un significado: sabemos que la cantina El Nivel fue fundada en 1857 y fue la primera en obtener una licencia para venta de alcohol, una firmada por el presidente Sebastián Lerdo de Tejada.
Por: Jajo Crespo / Fotos de Wikipedia, (ProtoplasmaKid), Fb Mexicoxeltiempo y Musseo UNAM HOY.
Tampoco se pierde la referencia geográfica: el edificio sigue ahí, en la esquina de Moneda y Seminario, la gente aún puede detenerse un momento frente al museo UNAM Hoy y decir "aquí estaba El Nivel" Sin embargo, aun si persiste, por ejemplo, el registro de que entre las mesas de El Nivel estuvo Agustín Lara o si existe, en la memoria del último encargado, el recuerdo de haber visto ahí a “la mayoría de todos los presidentes” y el gusto de saber que la cantina fue parte de la telenovela Senda de gloria; lo cierto es que con su cierre algo se perdió, aunque sea un breve desliz epistemológico.Pasamos del «aquí» al «ahí» en los recovecos de la fotografía, pues, se perdió la materialidad del significado: los aromas de “los cacahuates, el queso blanco y de puerco en cuadritos, con sus rajas en escabeche”, los sabores contextuales de la cerveza y el nibelungo (la bebida de la casa), las mesas de madera, los pisos de terrazo y las pinturas de la Academia San Carlos que adornaban la cantina. La ciudad cambia: el Monumento Hipsográfico que le dio nombre a la cantina, pues medía el nivel del agua durante las inundaciones, fue reubicado en 1925 y El Nivel siguió; sin embargo, ahora, quienes tuvieron la suerte de visitarla, deben petrificar el recuerdo en el continuo de la memoria.El Nivel cerró en 2008, después de un largo litigio contra la UNAM que reclamaba el derecho del inmueble por haber pertenecido, en el siglo 16, a su ancestro: la Real y Pontificia Universidad de México. Al final, una historia (la de la UNAM) se superpuso a otra (la de la ciudad) y así es esto: en un lugar como la CDMX, enorme históricamente y minúsculo geográficamente, la historia es autofágica: una serpiente que se traga su propia cola (o se la pisa).